Estaba más que emocionada por regresar a mi país, este terruño panza de burro, algo melancólico y traicionero se hace extrañar y mucho. Entonces recibí el primer regalo de mi país: la hora peruana, es decir, mi hermana pensó llega a las 7, la otra a las 6, el otro dijo mañana y al final todos entendieron, llega a las 8 de la noche a Perú. Ahí me veías abarrotada de maletoootas, esta vez no corrí con la suerte de Barajas y no me ayudaron 2 apuestos chicos, todo lo contrario, no lo hizo nadie.

Así, yo una chica peruana, como dice mi novio, fuerte, se las arregló sola con el equipaje. Ya en casa, ahí sí todos esperando, emocionados ellos, olvidé el sinsabor anterior y apachurré a mi familia, que al final siempre estuvo ahí y siempre estará, cómo les quiero. Comí a besos a mi Rosita, me sentí muy feliz.

Esa sensación no duró mucho, estaba con el horario volteadoo (jetlag) y aún (4 días después de mi llegada) sigo despertando con ganas de la comida, a la hora del almuerzo solo quiero merendar y a las 7 de la noche ya quiero dormir. Bueno, es lo que hay, ya me iré adecuando. Sin contar con las palabrejas españolas que se me han pegado, pero que seguro las iré olvidando poco a poco (joder, con lo que me costó aprenderlas a usar, créanme que no es forzado).

Qué digo, ódienme si quieren, ya no me siento tan cómoda aquí... mi pelo es paja, literal, la piel sucia la mayor parte del tiempo y bueno... polvo, polvo, polvo, o la falta de él?.  Luego de 30 minutos hablando con mi chico ya quiero meterme dentro del ordenador y estar a su lado, no puedo ver una foto suya, porque enseguida me pongo mal, pero no solo eso, con solo cerrar los ojos ya lo tengo ahí, qué pesado, pero lo estamos llevando bien, en general cada quien tiene cosas que hacer y el tiempo trascurre bastante rápido (con 6 horas descontadas).